sábado, 17 de abril de 2010

En Muxía y hacia Muxía

La cita, el 17 de abril. La hora, la una del mediodía. Ese día estábamos convocados los participantes en la etapa final de la senda francesa del Camino de Santiago empezada en 2005 en Saint Jean Pied de Port. Puntuales, aparecimos los nueve iniciales, todos procedentes de Vigo y alrededores: Jaime, Porota, María José, Álvaro y Beni, Alfonso y Feli y, por último, Ana y Juanma. Dejamos los coches en la puerta del hotel La Cruz y nos dirigimos al restaurante El Coral donde teníamos apalabrado un almuerzo. Todo fue rápido ya que previamente Jaime y Pepe lo habían reservado: las habitaciones para el último día y la comida.   
                   
En el restaurante nos dimos el primer festín de una semana en el que hubo muchos: un pulpo flambeado muy rico y un revuelto de algas y erizos excelente. Por tanto, con buen humor tomamos el autobús que paraba en la misma puerta del restaurante hacia Santiago.
                  
En el autobús organizamos una pequeña sesión musical de lo más variada con los móviles. También hubo quien se echó una reparadora siestecita.
                   
En la capital gallega dispusimos de varias horas hasta la salida del bus con destino a Melide, el punto de partida obligado. Motivo: allí terminamos en 2008 y allí debíamos comenzar la etapa final. Como era sábado, había una larga cola de gente esperando a entrar por la puerta santa.
Pudimos callejear por Santiago en un día nublado y los cielos se abrieron cuando ya estábamos embarcados en el autocar.
            
Nos generó algo de preocupación (tampoco excesiva) pensando en el día siguiente.
En Melide, bajo la lluvia, localizamos el hotel (más bien una pensión bien venida a mal): El Molino. Estaba reservado alojamiento para resolver la jornada inicial ya que la mayoría (que empiezan a renegar un poco de los albergues tradicionales) se inclinó por una habitación en lugar del consabido albergue. Por tanto, no abrimos el saco de dormir esa noche, ignorando que ésa sería la tónica de toda la semana. El caso es que aunque el establecimiento era normalito tirando para abajo, no teníamos muchas exigencias. Las habitaciones estaban frías y se oían cualquier ruidito de las demás.
Tras dar un paseo por Melide, donde no hay mucho que ver con la excepción del Concello y la iglesia de la plaza, nos dirigimos al Ezequiel, parada obligada.
            
Eso al menos creíamos nosotros tras haber tomado su famoso pulpo en caminos anteriores. Alfonso nos informó que había uno mucho mejor, pero nos dejamos llevar por la tradición y dedujimos a posteriori que quizás aquel estaba en lo cierto.
            
El trato en el local fue cualquier cosa menos profesional. Costó lo suyo que nos sirvieran y cada petición exigía minutos de espera y varios viajes por motivos varios.
Después de un paseíto  
                   
nos acostamos pronto con la ilusión de empezar a andar a la mañana siguiente esperando las incorporaciones por la tarde de Paco y Angel con los canarios, Víctor y Ogadenia, y también la de Susana. En el primer caso, retrasados porque el único vuelo directo a Santiago desde Las Palmas es el domingo. Susana, por su parte, debido al trabajo nocturno del sábado. Para los días siguiente estaba prevista la llegada de Irache el martes noche y de Pepe el miércoles también por la noche, en ambos casos para empezar al día siguiente. Feli tenía previsto marcharse el martes por la mañana por cuestiones familiares. Este programa de entradas y salidas se cumplió al pie de la letra.